Vaya por delante que soy poco fan del cine español. Me parece que salvo contadas, contadísimas excepciones, se mueve por caminos muy trillados, con argumentos harto previsibles y resultados mediocres.
Pero bueno, una gala siempre es una gala. Tal y como están los tiempos y los telediarios, uno necesita sacar la cabeza, respirar aire limpio y olvidar por un momento el apocalipsis económico y los
EREs que se ciernen, desgraciadamente, sobre nuestras cabezas. Es muy triste, pero es la realidad que se vive en todos los hogares españoles.
La fiesta del cine español era la excusa perfecta. El planazo estrella del finde en muchísimas casas: parejas tiradas en el sofá, en pijama de luxe, compartiendo una copa de vino, una cervecita, una tabla de quesos. Apurando los últimos coletazos del tiempo de asueto.
¿No es el cine una fábrica de sueños? Pues esa era la opción de buena parte de la audiencia. Disfrutar de la gala, de la ropa, el peinado y el maquillaje que solo los privilegiados pueden usar sin que no pagarlos sea delito.
La alfombra roja quedó deslucida. Fallo garrafal en chapa y pintura. Unos pelánganos que llevaban casi todas... Volúmenes equivocados, despeinados que parecían crespados a la lluvia en lugar de naturalmente descuidado, falta de coordinación entre recogido y vestido... Demasiados despropósitos en peluquería. Pocas quedaron favorecidas.
Con el maquillaje, igual. Ninguna inter relación con el outfit.
Las mejores, para mi gusto, Amaya Salamanca, a pesar del recogido; Clara Lago, imposible fallar con semejante materia prima, también de Zwair Murad, y Paula Echavarría, que de moda sabe un rato y no se dejó embaucar. Creo que iba de Dolores Promesas, para que se vea que no hay que salir de casa para destacar.
Insípida a más no poder, Belén Rueda, por culpa del maquillaje y los pelos. Otras veces es de las más elegantes. Un vestido largo y negro necesita un atrezzo más sofisticado, sobre todo, para las que tendemos a la ojera y el rollo maquillaje natural dejó de estar a nuestro alcance una vez que pasamos los 35. Que vivan los ojos ahumados, las miradas de tigresa y los labios "muérdeme la boca".
Maribel Verdú, triunfadora de la noche y valor seguro en esto de las apariciones, falló con el largo de la falda, que le quedaba raruno. Ese vestido ha salido en pasarela, muriendo antes del tobillo, y estilizaba mucho la figura. Así, perdió toda la gracia. Cualquier abuela apañada le hubiera subido el bajo. Conste que estoy hablando de una de las dos actrices que me merecen más respeto escénico en el solar patrio. La otra es Amparo Larrañaga.
Goya Toledo, una de las más fotografiadas siempre, eligió un vestido que en nada se diferenciaba del que llevó el año pasado, y el anterior. Si bien era espectacular,en la línea de Elie Saab, resultaba poco variadito, nada acorde con la melena desgreñada que le dejaron los estilistas.
Menos mal que estaba Nieves Alvarez de guardia. Eligió un vestido dificilísimo de llevar y lo defendió como sólo ella sabe hacerlo. Quedó espectacular. Aunque nadie tuviera claro qué hacía ella en los Goya.
Hasta aquí, la primera decepción.
Iba a ser, en teoría, una gala amable. El Presidente de la Academia había dicho que no iba a estar politizada. Ya nos extrañó cuando lo escuchamos, pero la ingenuidad nos pudo y le creímos. Por eso seguimos sentados delante del televisor.
Craso error.
Primero de todo, Eva Hache y su jartible rollo de monologuista de "El Club de la Comedia". Aquí la gente se ancla a su primer papel de éxito y allí se queda. Haciendo gracietas manidas sobre la situación y el gobierno, como todos los Goya. Llenito de lugares comunes y gracietas para simples.
Siguieron Corbacho, Candela Peña y hasta la Verdú. El monotema.
Sabemos todos que el cine está mal, que de presentador de telediario se vive mejor, seguro. Pero no estaban allí para eso. Estaban, precisamente, para que lo olvidáramos durante un ratito.
Señores cómicos y cómicas (sin sexismos, ni economía del lenguaje, como a ustedes les gusta y en la acepción que Fernado Fernan-Gómez, gran actor donde los ha habido y ya no quedan, le daba al término) somos una población ilustrada. Tenemos estudios, algunos hasta universitarios, con formación política, en muchos casos. No necesitamos que vengan ustedes a catequizarnos, cuando deberían entretenernos. Para que aprendamos, si acaso, están los autores, los dramaturgos, los que escriben lo que ustedes interpretan, siempre y cuando lo hagan bien.
A una gran mayoría, esa misma mayoría que mantiene su industria a base de impuestos, que no a fuerza de comprar entradas, nos revienta que aprovechen cuanta tribuna mediática les ponen por delante para soltar sus discursos demagógicos, resobados y cansinos. Sobre todo, cuando no toca. Porque nadie había ido allí por eso, ni la libertad de opinión consiste en marear la perdiz con los cuentos de siempre. Y no, nadie se opone a que opinen. Pero cuando toque, no cuando corre de nuestra cuenta.
Si quieren ustedes manifestarse, protestar por el estado de su industria, o del país, hagan lo mismo que el resto de los mortales: acudan al Ministerio del Interior y organicen su propia manifestación. Emprendan una marcha a pie, concéntrense ante el Ministerio de Cultura, o mejor, ante cualquiera de las salas de cine que no exhiben sus películas, y expongan sus ideas ante la prensa. Tienen la ventaja de convocarla con un chasquido de dedos. Algo con lo que no contamos los demás cuando protestamos por los EREs que nos afectan, por los despidos masivos en nuestras empresas, por nuestra sanidad...
Ofrezcan una rueda de prensa, acudan a conferencias y acosen con sus consignas a los reporteros de la cosa rosa, cuando comprometen su privacidad. Tal vez consigan que les dejen tranquilos. Porque la verdad, la cruda y triste verdad, es que no son ustedes filósofos, ni pensadores y sus ideas interesan mas bien poco, fuera de su trabajo.
Dice el Presidente de su Academia que el cine español no es de los de la ceja, ni de los de la barba, sino de todos. Pero siempre salen los mismos. Siempre trabajan los mismos, siempre se escucha la misma cantinela, como si en el mundo del cine no hubiera pluralidad. Como si un actor, o actriz no pudiera pensar distinto. De hecho, no se sabe de ninguno (menor de 50, claro) que lo haga. ¿Esa es la libertad de expresión que defienden con tanto ahinco? ¿Es, tal vez, una más de sus faltas de coherencia?
Cuánto cuidado ponen en resultar encantadores cuando promocionan estrenos, cuando pactan reportajes en rodajes, cuando les preguntan por sus proyectos. Ahí sí, mimo y cuidado, que no interesa que el reportaje no salga. La pela es la pela y la promo es la promo.
Estamos tan contentos o tan descontentos con el gobierno como puedan estarlo ustedes, porque esto no es cuestión de colores políticos, sino de realidades. Pero en algunos momentos elegimos desconectar, pasar a otra cosa, descansar y continuar con nuestra vida, porque la vida sigue, fuera de las joyas y la alta costura prestada. Eso era lo que queríamos hacer el domingo. Y no estuvieron a la altura. Ni en la forma, ni en el fondo.