viernes, 22 de marzo de 2013

Ladies Of Spain: Mejor que no.

Ya está aquí la Semana Santa. Seguro que estáis preparando maletas y gadgets para llevaros, o planes para disfrutar, donde quiera que vayáis a estar.
Para mí, un placer irrenunciable es la lectura. Mejor en un entorno idílico y con una bebida ad-hoc, adecuada al momento y al ánimo (desde un  humeante café con leche, hasta cualquier cosa que se os pueda ocurrir)
Lo que no concibo, son unas vacaciones sin libros.
Bueno, pues como se trata de desconectar, a veces se tiende a la lectura ligera, lo que no es en absoluto criticable. La cosa es leer de todo.
Es posible que os haya llegado algún comentario en tertulias de radio o tv, alguna referencia en prensa o simplemente lo hayáis visto en vuestra librería. Es el "it book" del momento. La vida mediática está llena de referencias, que no de citas, como si desvelara la quintaesencia de los entresijos de Zarzuela. Pero no. Un fiasco.
Hacedme caso, no malgastéis el dinero comprando "Ladies of Spain", de Andrew Morton. Es absolutamente prescindible.
En primer lugar, decir que no aporta nada nuevo. Que es un resumen de los libros de Pilar Urbano, Carmen Duerto, Paul Preston, Jose Luis de Vilallonga, Pilar Eyre, Eduardo Inda y Esteban Urreitztieta y algún otro que se me escape. Lo poco que queda, sale de algún artículo y de la rumorología.
Es más, si habéis seguido las informaciones de Casa Real, en los medios on line, seguramente no encontréis nada más en el libro.
La otra parte de la historia es el tono ultracondescendiente del escritor, con ese chovinismo tan propio de los ingleses que se basa en dos puntos:
-Decir una cosa y la contraria para generar la impresión de que siempre tienen razón. Esto referido  a su opinión de las monarquías europeas y de la española en particular.
-Ensalzar sin rebozo y sin objetividad la monarquía británica, en las figuras de la Reina Isabel II y su "heredero", el Príncipe Guillermo. Por supuesto, el otrora biógrafo de Diana de Gales  obvia el hecho de que el llamado a suceder es el Príncipe de Gales, y no su hijo y carece de memoria retrospectiva sobre los escándalos de otras muchas figuras de la Familia Real Británica. De risa el episodio en que cuenta que la Princesa Margarita escribió a Sarah Ferguson diciéndole cómo había avergonzado a la realeza. El autor no cuenta si la carta fue escrita desde su refugio de Mustique.
Por lo demás, yo debo haber vivido en otro país durante los últimos 20 años, pesto que no me he enterado de las graves críticas vertidas por el pueblo español (jactancioso de su joven y cercana monarquía de nuevo cuño, a decir de Morton) sobre la ejemplar institución británica. Parece ser que  causando intenso dolor al autor, que aprovecha la ocasión para recordalas (o inventarlas, más bien) cual si fuera una vendetta.
En fin, que busquéis bien en vuestra librería, y que este libro lo compren los ingleses si les interesa, que lo dudo.
Mil veces mejor "El Aire Que Respiras" de Care Santos, o "El Cumpleaños secreto" de Kate Morton que es un valor seguro para vacaciones.
Otro día os cuento más.
 

jueves, 14 de marzo de 2013

Los Sin-Casa

Por fin de había dado la conjunción astral adecuada.
10 am de un sábado cualquiera. Mi santo se había llevado a los niños un rato. La casa no tenía nada pendiente. La comida preparada. La paz del mando estelar era obra mía y sí, me lo había ganado, porque yo lo valgo.
Por primera vez en años (casi tantos como los que tiene la niña de mis ojos) llené la bañera, eché sales aromáticas y un chorreón generoso de aceite de ámbar, que huele a gloria bendita.
Con toda la parsimonia de la que no puedo hacer uso habitualmente, me humedecí el pelo, apliqué la mascarilla, lo envolví en una toalla y me sumergí en el agua, perfectamente preparada para alcanzar el Nirvana.
Ni dos minutos de calma: el timbre. Oooooohhhhhmmmmm. "Si no abro, quien sea se irá y me dejará tranquila". Diez segundos. Nuevo timbrazo. Otro, más seguido. Oooooohhhhhhhmmmm. Otro más. Otro. Cinco minutos sin pausa, quemándome la paciencia y machacando mi momento de calma.
Con todo el mal humor del mundo, salgo de la bañera, me envuelvo en la toalla y me dirijo al dormitorio desde el que se ve la entrada principal.
Imaginaba que serían los bomberos en misión de urgencia (no, hubieran entrado por la fuerza), la Guardia Civil (tampoco, por lo mismo), algún vecino en extraordinaria y urgente necesidad (menos; la gente normal deja de tocar el timbre a la segunda llamada y busca otro vecino más rápido)... Ni idea de quién podía hacer gala de tamaña falta de consideración.
Pues sí. Los Sin-Casa. Niños de vacaciones, con todo el tiempo por delante, para aburrirse y sin saber qué hacer, pero que implique no estar en su casa, faltaba más. Que sus padres quieren estar tranquilos. O trabajando, o lo que sea.
-¿Sale Fulanito?
Ni "hola", ni "Ay, perdona, vengo en mal momento" (obvio; tardé más de cinco minutos en asomar la cabeza entoallada por la ventana, en lugar de abrir la puerta).
Como si no hubiera más deberes en el mundo que atenderles a ellos. Eso sí, con la corrección que tú no has visto. Que cualquier cosa parece mala cara y por menos de nada, acabas tú siendo el malo de la película. Encima.
-No, ha salido con su padre. Tardará en volver.
Tu momento spa, arruinado. Un reguero de agua por el piso que delata tu recorrido. Mosqueo. Un día que empezaba genial, convertido en un asco de día.
4 pm de otro sábado cualquiera, o del mismo, si no importa. Habéis comido opíparamente, has disfrutado cocinando un menú de tres platos y postre. Es el momento de sestear, ovillados delante de la tele, viendo una peli. Sí, una de acción, que ayude a hacer la digestión sin engordar. O una romántica, muy tierna y muy dulce, para acompañar al postre. Puede que hasta con caricias. Relax. El cielo debe ser algo parecido. Si me acercáraris la caja de bombones, ya ...
Nuevamente el timbre. Los mismos. Supongo que sus padres estarán divinamente, disfrutando de su ausencia.
- No, no sale. No son horas de estar en la calle.
Pero no lo pillan.
8:30 pm. Noche cerrada. Ningún sentido permanecer en el parque, porque no se ve el balón. Tus niños se vuelven a casa. Empiezas a preparar la cena, y les dices que vayan duchándose. Pero... suena el timbre. Sí, son ellos, ¿cómo no? Va a ser verdad literal que no tienen casa.
Se meten en la tuya antes, incluso, de que reacciones. Empieza una ronda de wii y sin saber cómo, acaban cenando con vosotros. Ni idea de cómo hacerles notar que no viven contigo. 
A estas alturas, crees que eres el más pringado de la urbanización, porque te crees el único incapaz de decir que no. Pero qué va. Resulta que muchos de tus vecinos pasan por ello con la misma resignación. Justo los padres de esos otros amigos de tus hijos que te saludan con educación, que  no entran en casa sin ser invitados, que tienen claro que al segundo timbrazo no estás o no puedes. Vamos, lo normal: no comportarse como un elefante en una cacharrería.
También hablan de ello tus compañeros de trabajo, otros padres del cole, tu cuñado y hasta tu sobrino (segundo) que se acaba de ir a vivir con la novia. Un mal común como otro cualquiera.
Dice mi amiga K que las urbanizaciones con zonas verdes son la evolución de las corralas  y tiene toda la razón. Demasiadas situaciones paralelas. Demasiada interacción impuesta..
Mis amigas cuentan que deben ser todos familia, que forman una población extendida por toda nuestra geografía.
Una de ellas alucinaba al verles soplar la tarta de su hija de 3 años, que no recordaba haber invitado a ningún niño de 10. De hecho, no recordaba haber cursado ella misma ninguna invitación. Por supuesto, y pese al protagonismo usurpado, el destrozo de la piñata (cosas de niños, que pasan) nunca llegó ningún regalo.
En otra parte, me cuentan de un estudiado acople a la hija de la familia, de modo tal que sin ellos no pudiera subir al coche, para ir comer fuera. Dos cubiertos más costó la broma.
En fin, que son muchas y muy peregrinas las anécdotas sobre el tema.
Uno puede pensar estos niños vienen de familias desestructuradas, padres con problemas de pareja o sabe Dios. Para nada.
Normalmente son una pareja aparentemente bien avenida (a saber lo que cada uno guarda luego en su casa, que no nos importa; pero por justificar lo digo)  tremendamente sociables (a la fuerza, les gusta saber quién se encarga de sus hijos) que ven frecuentemente a sus amigos (mientras haces de canguro gratis) y presumen de lo autónomos e independientes que son sus hijos, porque ellos creen fervorosamente en la necesidad de dejar que los niños se desarrollen (aquí, ya, sientes los chorreones de sangre, de tanto morderte la lengua).
Vamos, que así da gusto. Que el pringado eres tú. A veces.
Porque cuando el finde pasado los viste desayunando plácidamente, al salir de compar las deportivas del pequeño y de camino al parking del centro comercial, pensaste "hoy me he librado, seguro que los tiene Fulano" Y ocultas subrepticiamente la bolsa con las pizzas artesanas, no vayan a verlas y te los manden a cenar.

martes, 19 de febrero de 2013

Los Goya y la importancia del saber estar.

Vaya por delante que soy poco fan del cine español. Me parece que salvo contadas, contadísimas excepciones, se mueve por caminos muy trillados, con argumentos harto previsibles y resultados mediocres.
Pero bueno, una gala siempre es una gala.  Tal y como están los tiempos y los telediarios, uno necesita sacar la cabeza, respirar aire limpio y olvidar por un momento el apocalipsis económico y los
EREs que se ciernen, desgraciadamente, sobre nuestras cabezas. Es muy triste, pero es la realidad que se vive en todos los hogares españoles.
La fiesta del cine español era la excusa perfecta. El planazo estrella del finde en muchísimas casas: parejas tiradas en el sofá, en pijama de luxe, compartiendo una copa de vino, una cervecita, una tabla de quesos. Apurando los últimos coletazos del tiempo de asueto.
¿No es el cine una fábrica de sueños? Pues esa era la opción de buena parte de la audiencia. Disfrutar de la  gala, de la ropa, el peinado y el maquillaje que solo los privilegiados pueden usar sin que no pagarlos sea delito.
La alfombra roja quedó deslucida. Fallo garrafal en chapa y pintura. Unos pelánganos que llevaban casi todas... Volúmenes equivocados, despeinados que parecían crespados a la lluvia en lugar de naturalmente descuidado, falta de coordinación entre recogido y vestido... Demasiados despropósitos en peluquería. Pocas quedaron favorecidas. 
Con el maquillaje, igual. Ninguna inter relación con el outfit.
Las mejores, para mi gusto, Amaya Salamanca, a pesar del recogido; Clara Lago, imposible fallar con semejante materia prima, también de Zwair Murad, y Paula Echavarría, que de moda sabe un rato y no se dejó embaucar. Creo que iba de Dolores Promesas, para que se vea que no hay que salir de casa para destacar.
Insípida a más no poder, Belén Rueda, por culpa del maquillaje y los pelos. Otras veces es de las más elegantes. Un vestido largo y negro necesita un atrezzo más sofisticado, sobre todo, para las que tendemos a la ojera y el rollo maquillaje natural dejó de estar a nuestro alcance una vez que pasamos los 35. Que vivan los ojos ahumados, las miradas de tigresa y los labios "muérdeme la boca".
Maribel Verdú, triunfadora de la noche y valor seguro en esto de las apariciones, falló con el largo de la falda, que le quedaba raruno. Ese vestido ha salido en pasarela, muriendo antes del tobillo, y estilizaba mucho la figura. Así, perdió toda la gracia. Cualquier abuela apañada le hubiera subido el bajo.  Conste que estoy hablando de una de las dos actrices que me merecen más respeto escénico  en el solar patrio. La otra es Amparo Larrañaga.
Goya Toledo, una de las más fotografiadas siempre, eligió un vestido que en nada se diferenciaba del que llevó el año pasado, y el anterior. Si bien era espectacular,en la línea de Elie Saab, resultaba poco variadito, nada acorde con la melena desgreñada que le dejaron los estilistas.
Menos mal que estaba Nieves Alvarez de guardia. Eligió un vestido dificilísimo de llevar y lo defendió como sólo ella sabe hacerlo. Quedó espectacular. Aunque nadie tuviera claro qué hacía ella en los Goya.
Hasta aquí, la primera decepción.  
Iba a ser, en teoría, una gala amable. El Presidente de la Academia había dicho que no iba a estar politizada. Ya nos extrañó cuando lo escuchamos, pero la ingenuidad nos pudo y le creímos. Por eso seguimos sentados delante del televisor.
Craso error.
Primero de todo, Eva Hache y su jartible rollo de monologuista de "El Club de la Comedia". Aquí la gente se ancla a su primer papel de éxito y allí se queda. Haciendo gracietas manidas sobre la situación y el gobierno, como todos los Goya. Llenito de lugares comunes y gracietas para simples.
Siguieron Corbacho, Candela Peña y hasta la Verdú. El monotema.
Sabemos todos que el cine está mal, que de presentador de telediario se vive mejor, seguro. Pero no estaban allí para eso. Estaban, precisamente, para que lo olvidáramos durante un ratito.
Señores cómicos y cómicas  (sin sexismos, ni economía del lenguaje, como a ustedes les gusta y en la acepción que Fernado Fernan-Gómez, gran actor donde los ha habido y ya no quedan, le daba al término) somos una población ilustrada. Tenemos estudios, algunos hasta universitarios, con formación política, en muchos casos. No necesitamos que vengan ustedes a catequizarnos, cuando deberían entretenernos. Para que aprendamos, si acaso, están los autores, los dramaturgos, los que escriben lo que ustedes interpretan, siempre y cuando lo hagan bien.
A una gran mayoría, esa misma mayoría que mantiene su industria a base de impuestos, que no a fuerza de comprar entradas, nos revienta que aprovechen cuanta tribuna mediática les ponen por delante para soltar sus discursos demagógicos, resobados y cansinos. Sobre todo, cuando no toca. Porque nadie había ido allí por eso, ni la libertad de opinión consiste en marear la perdiz con los cuentos de siempre. Y no, nadie se opone a que opinen. Pero cuando toque, no cuando corre de nuestra cuenta.
Si quieren ustedes manifestarse, protestar por el estado de su industria, o del país, hagan lo mismo que el resto de los mortales: acudan al Ministerio del Interior y organicen su propia manifestación. Emprendan una marcha a pie, concéntrense ante el Ministerio de Cultura, o mejor, ante cualquiera de las salas de cine que no exhiben sus películas, y expongan sus ideas ante la prensa. Tienen la ventaja de convocarla con un chasquido de dedos. Algo con lo que no contamos los demás cuando protestamos por los EREs que nos afectan, por los despidos masivos en nuestras empresas, por nuestra sanidad...
Ofrezcan una rueda de prensa, acudan a conferencias y acosen con sus consignas a los reporteros de la cosa rosa, cuando comprometen su privacidad. Tal vez consigan que les dejen tranquilos. Porque la verdad, la cruda y triste verdad, es que no son ustedes filósofos, ni pensadores y sus ideas interesan mas bien poco, fuera de su trabajo. 
Dice el Presidente de su Academia que el cine español no es de los de la ceja, ni de los de la barba, sino de todos. Pero siempre salen los mismos. Siempre trabajan los mismos, siempre se escucha la misma cantinela, como si en el mundo del cine no hubiera pluralidad. Como si un actor, o actriz no pudiera pensar distinto. De hecho, no se sabe de ninguno (menor de 50, claro) que lo haga. ¿Esa es la libertad de expresión que defienden con tanto ahinco? ¿Es, tal vez, una más de sus faltas de coherencia?
Cuánto cuidado ponen en resultar encantadores cuando promocionan estrenos, cuando pactan reportajes en rodajes, cuando les preguntan por sus proyectos. Ahí sí, mimo y cuidado, que no interesa que el reportaje no salga. La pela es la pela y la promo es la promo.
Estamos tan contentos o tan descontentos con el gobierno como puedan estarlo ustedes, porque esto no es cuestión de colores políticos, sino de realidades. Pero en algunos momentos elegimos desconectar, pasar a otra cosa, descansar y continuar con nuestra vida, porque la vida sigue, fuera de las joyas y la alta costura prestada. Eso era lo que queríamos hacer el domingo. Y no estuvieron a la altura. Ni en la forma, ni en el fondo.
  

jueves, 14 de febrero de 2013

El Testigo Invisible.

Hoy vamos a sacar un libro del bolso y a inaugurar categoría: "los libros que echo al bolso". Iréis descubriendo que este bolso es infinito y contiene, entre otras muchas cosas, una biblioteca casi tan grande y tan variada como la de Alejandría. Hay novedades y también clásicos o best sellers de otros siglos.
Este libro se lee del tirón. Se puede regalar lo mismo a la abuela, que a un adolescente para que empiece con libros "de mayores". Incluso lo podéis usar como autoregalo.
Hablo de "El Testigo Invisible" de Carmen Posadas.
De la autora diré que empecé a seguirla en sus comienzos, con aquel "Yuppies, Jet set, la movida y otras especies", del año 1987 (la coquetería me obliga a señalar que, en aquellos entonces era casi una preadolescente con una capacidad infinita de lectura).
Aquel era un libro "de piscina", pero dejaba tras de sí la frase de Oscar Wilde "hay que ser muy inteligente para resultar superficial".
Luego cayeron otros títulos suyos en mis manos, afianzando la idea de que otros, con mucho menos buen hacer a sus espaldas y una trayectoria menos dilatada, son tomados más en serio. Flaco favor le hizo el papel cuché y quedar inmortalizada junto a Isabel Preysler. Porque no es, ni mucho menos, una pija que escribe, como revelan las varias distinciones y premios que ha recibido.
Claro que gracias a la etiqueta de la calle, se puede permitir estupendos libros ligeros (un género más complicado de lo que pudiera parecer) como "Hoy cenamos caviar, mañana sardinas".
"El testigo invisible" cuenta los últmos tiempos de la familia Romanov, desde la perspectiva de un desollinador, situado en las tiros de las estufas en su primera etapa, en las cocinas después y como chico para todo, al final.
Es la radiografía del asesinato de la familia imperial relatado desde el recuerdo de su protagonista, ya anciano y moribundo.
Hay quien encuentra pesadas algunas partes del libro. Para nada. Dos días y medio tardé en terminarlo, sin desatender ninguna de mis obligaciones.
Me pareció ágil, bien estructurado, muy entretenido, fácil de leer y bien escrito. Por eso lo eché al bolso.  
 

viernes, 8 de febrero de 2013

Viernes de carnaval

Mea culpa. Me gusta disfrazarme. Desde que era una microbia. Qué le vamos a hacer.
El carnaval no me molesta nada. Aunque ya no me disfrace yo, lo hago por poderes.
Lo que llevo mal es el tema de la costura. Y la presión del calendario.
Vamos a ver: una semana no es un plazo razonable. Si tenemos tres exámenes del mayor, dos de la pequeña y yo, increíblemente, tengo otras obligaciones ¿cuándo apaño los disfraces?
Ahora, en maternidad, lo trendy es que sean caseros. Pero no cualquier apaño.
No, la cosa es que parezcan salidos de Cornejo. Que el niño pueda salir en el Hola, al lado de las Infantitas, sin desmerecer ni un poco. Y con cosas de andar por casa, pero no de deshecho. Te vas haciendo una idea ¿no?
Claro, sin saber coser, la cosa está chunga.
Vamos a personalizar el tema un poco. Cole de mis hijos, sin ir más lejos, que para eso es mi blog. Tema carnavalero: el universo. Ahí es ná.
Fácil. A primera vista, fácil.
Brainstorming: planetas varios (bolas de Pilates de Decathlón), estrellas, cometas y fenómenos varios (el foam y la goma Eva, grandes inventos de la humanidad). Pero con 7 y 10 años, estas ideas les parecen ridículas. Que te lo pongas tú, te dicen. Sobre todo "elminiclóndesupadre", que como él, odia disfrazarse.
Nueva vuelta: una amiga ingeniosísima me sugiere Miss Universo para la niña.
Genial. Aparte de gracioso, ya lo tienes apañado. Nuevo fiasco. La niña se niega. Se van a reir de ella por creída (algo de razón no le falta) y lo mismo el día de mañana se hace un blog poniéndome a caldo, como la dramamamá. Que ya está todo inventado.
Así que a San Google y San Pinterest, donde las madresperfectas suben todas sus hazañas. La quintaesencia del arte de la maternidad.
Si estás de subidón, Baballa.
Ahí encuentras verdaderas maravillas. Pero tiene trampa. Parece facilísimo. Sólo que a lo que te sale, podría colgársele el cartelito de "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia".  
A estas alturas ya estamos a miércoles (sí, puedes soltarlo también como exclamación de desahogo). Sólo queda una salida. El chino. A estas horas, malamente. Está cerrado.
Cuando por fin vas, el jueves, está todo el pescado vendido. Pero para eso eres la más friki de Starwars. Te haces con un disfraz de ángel y visualizas a la princesa Leia.
Descoses las alas. Buscas por casa los donuts de hacer moños. Recuerdas que tenías mil, casi tantos como horquillas. Han volado. Murphy, siempre haciendo favores.
Entre ponte bien y estate quieto, casi es la hora de cerrar y tú estabas en pijama, cómoda e ingénuamente. Te suena haberlos visto en el Mercadona, que es lo que más cerca queda. Te enfundas el abrigo sobre el pijama, te calzas las Ugg (mami, no es lo que me enseñaste, pero por un hijo se hace cualquier cosa) y te metes al coche, sabiendo que te encontrarás a medio vecindario.
Pero cumples tu objetivo.
Ya sólo falta un disfraz. Ahí es nada. Tiendas cerradas y tú, improvisando algo de universo para un pre púber, pre adolescente y pre castigado (no falla). Entonces la luz se hace: kimono de kárate, jersey de cuello vuelto al tono, cinturón marrón, pantalones beige y botas Ugg. Con el sable láser del cajón de los juguetes, tengo un Luke Skywalker perfecto. Casero y supertrendy.
Además, combinado con su hermana. Ni hecho a posta.
2:00am. Aún puedo dormir un poco.
Mañana parecerá que todo esto ha sido perfectamente planificado y orquestado, pero yo y mi cuerpo (y todos aquellos que me encontré en Mercadona) sabemos que no es verdad.
De daños colaterales están las opiniones de mi hijo, que no fueron tomadas en cuenta y el sofá, lleno de purpurina de las alas de ángel.
Ya sabéis cuál va a ser mi finde.
 

jueves, 7 de febrero de 2013

La Absentista.

En Madrid hace frío. Aquí, cerca de la sierra, el aire corta. Normal, para eso estamos en enero.
Como también es normal, rara es la familia en la que no hay ningún miembro moqueante y medio malo, o malo y medio. Y de eso va esta historia.
Mi princesa está algo pocha. Está mimosa y alicaída, a última hora de la tarde. Pero no os creais que es importante. Sigue hablando por los codos, sigue siendo una chica de sólidos, firmes e inamovibles principios (lo que se dice cabezona, de armas tomar, vaya) y para nada está blandita.
Ayer, al recogerla después de la reunión de padres, se quejaba de dolor de cabeza y de garganta. Estaba cansada y no tenía hambre, tampoco fiebre. Pero seguía siendo capaz de guerrear. No quiso cenar, sino fruta y se fue a la cama enseguida.
Con semejantes antecedentes, quedó en observación y pendiente de decisión si iba o no iba al cole.
Esta mañana ha amanecido diciendo que no se encontraba bien. Sin demasiada voluntad, sin ganas de nada...
Le hemos dado el Dalsy y el jarabe de rigor. A la media hora, seguía igual de flojita. Nos tenía ya casi ganados para la causa, cuando una tos sobreactuada nos ha puesto sobre aviso. Hasta el momento, era la triunfadora del Oscar a la mejor actriz. Pero esa tos... acabó con su flamante carrera y con su propósito de quedarse en casa, tan a gustito.
Del bolsillo de la camisa, he sacado a la bruja racional que siempre hace lo que es debido, la que no se deja torear.
Ha ido al cole desfilando, bien abrigada y con una nota en la agenda: "avisadme si se pone peor, que la recogemos enseguida", como único y para ella imperceptible, signo de debilidad.
Ya en el coche, me he acordado de otros inviernos. De cuando la niña era yo y también tosía, o sufría terribles dolores de estómago, que mi madre, esa mujer sin corazón (en melodrama, somos una estirpe con solera) se negaba a dar por buenos.
Todo por una tregua de cole, por una mañana tranquila, sin frío, sin prisas, con los recotables y los cuentos, con un zumito de naranja para entonar y una sopa de primero, que siempre es bueno para la garganta. Que igual, mi hija no pedía ninguna goyería.
Luego pensé que hubiera sido un planazo irnos a desayunar café y bollos a la terraza acristalada donde el sol calienta incluso en enero. Volver a casa, cada una a lo suyo y comer, juntas, un caldo milagroso de pollo, cotorreando.
Hubiera estado de lujo. O no. Porque ya no soy aquella niña y me toca ejercer de mujer sin corazón, aunque el corazón me pida otra cosa.
Aunque el mundo no se acabe por un día sin cole. Si total, la niña va muy bien. 
¡Qué difícil es, a veces, estar en el otro lado! ¿No os pasa?